miércoles, 2 de noviembre de 2011

recomendaciones para el buen vivir

Aléjate de la muchedumbre y de su afán infructuoso de fama y oro.

Nunca vuelvas la vista, una vez que hayas cerrado tu puerta al deplorable tumulto de la codicia y la ambición.

Enjuágate las lágrimas del fracaso, el infortunio. Pon a un lado tu onerosa carga y descansa hasta que tu corazón haya recuperado la calma.

Consérvate en paz. Es más tarde de lo que piensas, pues tu vida terrena, en el mejor de los casos, no es más que un parpadeo entre dos eternidades.

Desecha todo temor. Nada puede dañarte aquí.  Solo tú mismo. Haz aquello que temes y aprecia con orgullo esas victorias.

Concentra tu energía. Estar en todas partes es tanto como no estar en ninguna. Sé celoso de tu tiempo, porque es tu mayor tesoro.

Recapacita sobre tus metas. Antes de permitir que tu corazón se aficione demasiado a algo, examina la felicidad de que gozan los que ya tienen lo que tú deseas.

Ama a tu familia y ten muy presente la ventura.  Piensa con cuánto afán la buscarías si no la poseyeras.

Haz a un lado tus sueños imposibles y lleva a cabo la tarea que tienes a tu alcance, por desagradable que sea. Todos los grandes éxitos resultan de trabajar y saber esperar.

Sé paciente.  Los retrasos de Dios no son negativas.  Espera.  Mantente firme.  Ten presente que tu tesoro siempre está cerca.  Lo que siembres, bueno o malo, eso será lo que coseches.

Nunca culpes a los demás por tu situación.  Eres lo que eres por decisión tuya; eso es todo.

Aprende a vivir en una pobreza honrada si así debe ser, y ocúpate en cosas más importantes que en llevarte oro a la tumba.

Nada de hacer concesiones a la dificultad.  La ansiedad es la herrumbre de la vida y cuando agregas las cargas de mañana a las de hoy, su peso resulta intolerable.

Aléjate de la compañía del quejumbroso y da más bien gracias por tus derrotas.  No las sufrirías si no las necesitaras.

Aprende siempre de los demás.  El que se enseña a sí mismo, tiene por maestro a un necio.

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